Seguimos con el documento «Comunidades acogedoras»; Capítulo 3

Comunidades acogedoras y misioneras Identidad y marco de la pastoral con migrantes Exhortación pastoral

Documento aprobado por la CXXIV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española celebrada en Madrid del 4 al 8 de marzo de 2024.

Nota Bene.- Hoy comenzamos la publicación del tercer Capítulo, que contiene  las orientaciones para la conversión personal y pastoral, con los tres primeros de los seis apartados en que se divide.

3. Orientaciones para la conversión personal y pastoral

28. Esta exhortación será útil en la medida en que inicie o acompañe procesos de conversión personal y pastoral que, no siendo sencillos, todavía resultan necesarios. Cuántas personas migradas nos enseñan el valor de la fortaleza para buscar la vida digna que les corresponde (Gaudium et spes), la fuerza de su fe (Spes salvi) y de la constancia cuando se aferran a sus sueños y son responsables de su propio desarrollo (Populorum progressio). Con ellos también aprendemos la importancia de apoyarnos mutuamente para «no cansarnos de hacer el bien» (Gal 6,9) y de este modo, reaccionar frente al desánimo o la parálisis producida tanto por los pecados de algunos miembros de la Iglesia como por los propios pecados, tales como la acentuación del individualismo, la crisis de identidad, la caída del fervor, la desilusión, la tristeza, el pesimismo estéril, la acedia egoísta y la mundanidad espiritual

3.1. Volver a Jesucristo

29. Para evitar quedar atrapados en el bucle de la inercia o el desánimo, el programa de la Iglesia consiste siempre en volver a Jesús38, de modo que toda actividad pastoral adquiere sentido en la medida en que nos hace vivir más enraizados en el Señor y la vida de gracia, así como crecer en la amistad con Jesús, la alegría de la fe. El Evangelio es una escuela para aprender a ver, a mirar con el corazón. Por eso una de las preguntas más conmovedoras y necesarias del Evangelio es la de aquellos que durante su vida no supieron ver: «Señor, ¿cuándo te vimos?” (Mt 25,37-44). Toda actividad pastoral de las comunidades cristianas está al servicio de esta pregunta, trata de enseñarnos a ver y a responder compasivamente a lo que tenemos delante, preparando un futuro a las siguientes generaciones, escuchando ya sus demandas.

Volver a Jesús requiere cuidar la experiencia de Dios, una espiritualidad madura que nos sustente, una mística, un estilo de vida y de relación con Dios Trinidad y con su pueblo santo. Una espiritualidad centrada en Jesús que no lleve a la compasión y la hospitalidad no es realmente cristiana, será otra cosa, un sucedáneo. La compasión busca el bien último de todos, es siempre inclusiva sobre todo con los invisibles, sabe mirar, escuchar, dar voz, acariciar, cuidar, proteger y salir a buscar lo que tantos dan por perdido. La compasión trata de ganar conciencias y de llegar a los corazones para llevar a Jesús. Nuestras comunidades están llamadas a ser hospitales de campaña, escuelas de compasión, referentes de belleza y sentido, que a modo de las «células madre» contribuyan a la regeneración del tejido social y ayuden a las personas a pensar, sentir, organizarse, actuar en el parámetro de lo que el Evangelio y el mismo Jesús llama reino de Dios

Para ello toda pastoral con migrantes necesita apoyarse en la vida sacramental y en una espiritualidad de la historia de la salvación y la hospitalidad (Gen 13), donde aprendemos a encontrar el rostro de Dios en las vidas y corazones de nuestros hermanos y hermanas migrantes. La herramienta adecuada para esto es la lectura creyente de la realidad. Lo recuerda Francisco cuando dice que toda acción pastoral ha de tener este rasgo: «Para ello es importante que la catequesis y la predicación incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la existencia, la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a todos» (FT 86)

3.2. El valor de la hospitalidad

30. La convivencia con las personas migradas es ocasión para vivir una espiritualidad de pasión, discernimiento, creatividad, hospitalidad y audacia (EG 11 y 49). La experiencia nos dice que nuestras socie[1]dades necesitan abrirse con urgencia al valor de la hospitalidad como principio de humanización y puente entre las culturas y las personas. El sentido de esta cultura de la hospitalidad es el encuentro, como pone de manifiesto el papa Francisco en Fratelli tutti. Hospitalidad que, como la acogida, no es asimilación del otro a lo propio, sino un reconocimiento del otro en su alteridad, en su «otre[1]dad». Es una apertura al encuentro con el diferente, reconociendo su diferencia, dignidad y valor. En la acogida recíproca se da un enriqueci[1]miento mutuo con el que todos salimos ganando. Eso implica aprender a mirar con los ojos del buen samaritano que es Cristo.

Nuestro país ya cuenta con comunidades que rezan, celebran, viven y profetizan el sueño de Dios frente a lo que se ha llamado «la globalización de la indiferencia» (EG 54), que abren paso y nos dicen a todos cómo es posible plasmar la armonía en las diferencias. Este es el modelo y el camino, necesitamos que haya todavía muchas más. Practicar la cultura de la acogida mutua tiene un valor transformador en las personas, las instituciones y las estructuras. Requiere cultivar la virtud de la paciencia tan necesaria para iniciar o acompañar los procesos, sabiendo sembrar para que otros cosechen.

3.3. Actitudes con futuro

31. Para continuar con la transformación de mentalidades y estructuras pastorales que ganen en cercanía y sean ámbitos de viva comunión y participación orientadas a la misión (cf. EG 28), proponemos estas cuatro actitudes:

a) La maternidad de la Iglesia de puertas abiertas, que valora la relación personal, el valor del otro, que en cada uno de sus miembros sabe detenerse a mirar a los ojos y escuchar o renunciar a las urgencias para acompañar a quien lo necesite (EG 46). La Iglesia como familia que acoge a todos. Comunidades llamadas a ser siempre la casa abierta del Padre, que no sean aduanas, sino escuelas de cuidados (EG 46, 47, 49)

b) La mirada contemplativa, que es una mirada de fe, profunda, so[1]bre lo que sucede en la vida cotidiana de las personas, los hogares, las calles y plazas, las ciudades y los pueblos. Dios ya está presente entre nuestros conciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia, de belleza, de justicia. Esa presencia no debe ser fabricada sino descubierta, desvelada (EG 71). «Para lograr un diálogo como el que el Señor desarrolló con la samaritana, junto al pozo, donde ella buscaba saciar su sed (cf. Jn 4,7-26)» (EG 72).

c) La creatividad para imaginar espacios de encuentro, de oración. Para suscitar los valores fundamentales y estilos con características novedosas, atractivas y significativas para los conciudadanos y el entorno (EG 74).

d) Salir de las zonas de comodidad para ir a los foros y espacios donde se protege y promueve la cultura de la vida y la dignidad humana. Prestando atención a la multiculturalidad, las periferias físicas o existenciales, con actitud de escucha y diálogo. Porque cada vez son menos frecuentes en las ciudades y en la sociedad en general los espacios de pluralismo y de diálogo entre diferentes. Esta circunstancia empobrece la convivencia y entumece la inteligencia

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