Seguimoos con la publicación del documento de la CEE
Comunidades acogedoras y misioneras Identidad y marco de la pastoral con migrantes Exhortación pastoral
Documento aprobado por la CXXIV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española celebrada en Madrid del 4 al 8 de marzo de 2024.
Nota Bene.- Publicamos hoy la segunda, tercera y cuarta parte del Capítulo 2 del documento, Vivir la catolicidad.
2.2. La migración es un signo de los tiempos
- La movilidad humana es un fenómeno que siempre ha existido en todas las sociedades. En la actualidad es considerado como uno de los rasgos que permite describir el cambio de época al que asistimos. Para la Iglesia constituye un particular desafío por las dimensiones que ha adquirido; y por las situaciones de dolor y sufrimiento que con frecuencia encierra. En la Iglesia nos referimos a las migraciones como una emergencia de carácter social, pero de repercusiones teológicas en su significado. El papa Francisco lo considera como expresión de la fuerza inevitable de la globalización (Fratelli tutti, 138), como rasgo inequívoco de nuestro tiempo (Christus vivit, 91) y de las décadas venideras: «Las migraciones constituirán un elemento determinante del futuro del mundo». Más en concreto afirma: Durante mis primeros años de pontificado he manifestado en repetidas ocasiones cuánto me preocupa la triste situación de tantos emigrantes y refugiados que huyen de las guerras, de las persecuciones, de los desastres naturales y de la pobreza. Se trata indudablemente de un «signo de los tiempos».
Esta descripción da continuidad a una larga serie de afirmaciones en el mismo sentido: el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes, 6); san Juan Pablo II (Erga migrantes caritas Christi, 14) o Benedicto XVI (Caritas in veritate, 62). Ante las migraciones, tenemos una tarea y un gran reto que expresar en nuestra pastoral: ser fieles al deseo y al mandato del Señor Jesús de reunir en una sola familia a todos los pueblos, constituyéndonos en signo que anticipe el futuro y presentándonos como modelo de referencia para la sociedad futura, siendo una fraternidad que ilumine a todos sobre cómo llegar a conseguir la unidad de los pueblos diversos. Se trata de ayudarnos a no confundir unidad con uniformidad, armonizando universalidad y ciudadanía, identidad y diversidad cultural y religiosa.
2.3. La credibilidad por el testimonio
17. La Iglesia lleva la protección de la dignidad de la persona y la hospitalidad en su ADN desde los inicios. Así lo refleja su Doctrina Social enraizada en las Sagradas Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Por tanto, este es nuestro punto de partida: A cada ser humano que se ve obligado a dejar su patria en busca de un futuro mejor, el Señor lo confía al amor maternal de la Iglesia. Es una gran responsabilidad que la Iglesia quiere compartir con todos los creyentes y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que están llamados a responder con generosidad, diligencia, sabiduría y amplitud de miras —cada uno según sus posibilidades— a los numerosos desafíos planteados por las migraciones contemporáneas26. Sabemos que el fenómeno migratorio se caracteriza por la complejidad. No hay situación social que resulte fácil de interpretar y menos sencilla aún es la tarea de ofrecer una solución. El Concilio Vaticano II señaló la importancia de que toda reflexión partiera de la «autonomía de la realidad» que reconoce la existencia de «propias leyes y valores» en todo lo creado y, por consiguiente, en lo que corresponde a la vida social (Gaudium et spes, 36). Esto convoca a un continuo diálogo con la sociología, la economía, la politología y otras ciencias humanas.
18. En este debate, a la Iglesia no le corresponde ni ofrecer una conclusión concreta, ni siquiera proponer una solución con valor universal que resuelva todos los casos. Su cometido es el análisis de toda circunstancia social y tratar de «esclarecerla mediante la luz de la palabra inalterable del Evangelio, deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción según las enseñanzas sociales de la Iglesia» (Octogesima adveniens, 4). Estas se ofrecen como luz que pueda contribuir a la causa común de la paz. Así, la autoridad de la Iglesia radica en la calidad de sus propues[1]tas y en la credibilidad de su testimonio, como institución, como comunidad de creyentes y de manera particular en la vida de cada bautizado (cf. Deus caritas est, 28). Nuestro mundo necesita, sobre todo, testigos. En este horizonte, el pueblo de Dios se preocupa por todo aquello que está impregnado de sufrimiento, pues se trata de la cruz, donde se hace presente Jesucristo y donde opera la fuerza del Resucitado. Las migraciones constituyen, así, uno de los principales dolores en el momento actual y pueden ser interpretadas como manifestación de las estructuras de pecado (Sollicitudo rei socialis, 36). Se trata de dinámicas o estilos de vida que hemos normalizado, egoísmo, estrechez de miras, cálculos políticos errados, decisiones económicas imprudentes, a los que nos hemos acomodado, incluso con nuestra oración, dando por hecho que son realidades inmutables. De esta manera ya participamos en ellas mediante un ejercicio tácito de nuestra libertad. Diagnosticar el mal moral es también identificar adecuadamente, a nivel de conducta humana, el camino que seguir para superarlo
2.4. Cultura de la vida
- La centralidad de la persona viene dada por estar creada a imagen y semejanza de Dios, por su particular naturaleza que la hace capax Dei —capaz de Dios—. Este privilegio le confiere un valor central en el conjunto de la creación que denominamos dignidad. No supone minusvaloración de todo lo creado, animado o inanimado, que es contemplado en la óptica del cuidado, pero sí un reconocimiento particular al individuo que es portador de un don privilegiado, el de la vida, que es considerado como tesoro que debe ser custodiado. Somos templo del Espíritu (1 Cor 6,19) que requiere una valoración y protección de la vida en todas sus etapas, desde la gestación hasta la muerte. Abrazar la «cultura de la vida» en todas las circunstancias que componen una biografía nos lleva a decir que no es tolerable que se siga dejando morir a las personas en las fronteras o en su intento de cruzarlas, en los desiertos, en el mar o en cualquiera de las situaciones que implica el viaje de los migrantes. Muchas de las rutas que siguen son trampas mortales, lugares de violencia y abusos frecuentes.
Por ello hemos de trabajar para vigilar que, en ellas, toda vida humana y sus derechos fundamentales sean custodiados. Por eso denunciamos y nos oponemos a las mafias de tratantes de seres humanos que se lucran del sufrimiento de las personas a lo largo de las rutas migratorias; han de ser combatidas con las herramientas de cualquier estado de derecho. También nos entristece constatar en ocasiones que algunas personas mi[1]gradas en su afán de sobrevivir o prosperar puedan llegar a lucrarse de la precariedad de sus semejantes en espacios habitacionales, de trabajo o de acogida, etc. Afirmamos el valor y la protección de la vida de los migrantes, refugiados o desplazados, en coherencia y continuidad con el primer e inherente derecho natural que es el de nacer. La defensa de la dignidad humana y la fraternidad que Jesús predicó nos alerta contra la indiferencia que endurece las conciencias y nos deshumaniza. La indiferencia también mata. Aprendamos a no ponernos «de lado», sino del lado de entidades y personas que salvan y rescatan vidas.