Radiografía de un «punto caliente» de la trata
Alfa y Omega acompaña a los profesionales de Fundación Cruz Blanca a un polígono donde hace poco se desarticuló una red de prostitución, pero aún quedan mujeres afectadas. Los técnicos luchan para que «salgan de ese aislamiento»
Rodrigo Moreno Quicios Madrid
FUENTE: Alfa & Omega, nº 1387, 13/19 febrero 2025, pág. 11
Cuando nos ve, Lali nos da dos besos sin conocernos porque llegamos con una trabajadora social de la Fundación Cruz Blanca, especializada en la lucha contra la trata de personas. Es la única persona de la que se fía en el polígono, aparte de otras mujeres con las que se reparte cruces y horarios. «Yo quiero dejar esto ya, no aguanto más. Os puedo pasar mi currículum y me ayudáis a mentir un poco, porque no tengo experiencia en otra cosa». Para no traicionar su confianza, no hace falta entrar en su nombre real ni en qué municipio alrededor de Madrid pasa las mañanas. Al otro lado de la calle, un taburete vacío indica que otra compañera —ella la considera así— está ocupada en ese momento con algún hombre. «Es más joven y una máquina de hacer dinero», cuenta Lali sin envidia pero sí con preocupación porque ella, por contra, cada vez tiene «menos trabajo». Y aunque no es una actividad laboral lo que hace, sí se deja la vida en ello.
La trabajadora de Fundación Cruz Blanca le hace entrega del material sanitario que reparte en este tipo de visitas y empieza a mover todos los resortes que se le ocurren ante una petición más que explícita de ayuda. «Algo que hice en Uruguay en lo que duré muchos años fue el envasado y etiquetado de alimentos», cuenta Lali. Aquí en España, en el pueblo en que se ha instalado, están levantando un supermercado. «¡Y van muy rápido!», celebra. Está ilusionada porque se imagina como reponedora o moza de almacén, que no suele ser el empleo soñado, pero para ella supondría un cambio crucial.
A la amiga en común que nos ha presentado se le enciende la bombilla. «En el Centro de Servicios Sociales Concepción Arenal, que es del Ayuntamiento de Madrid, dan unos cursos de limpieza de locales que te podrían interesar». A Lali se le ilumina el rostro. Escucha con interés y los ojos muy abiertos. El curso dura unos nueves meses y tiene un parón en verano, pero está becado para perfiles sin formación. «Prácticamente te pagarían por estudiar, te dan unos 4.000 euros cuando terminas», recalca la trabajadora social. Con esta fórmula, los servicios sociales buscan «que la gente asuma ese compromiso». La idea le va como anillo al dedo a Lali. Solo hay un problema. «¿Tengo que ir todos los días? Las mañanas la paso aquí y a Madrid tardo dos horas en autobús». En casos como el suyo, salir del hoyo es dificilísimo.
Otra cosa que le explica la técnico es que, para mujeres en prostitución de hasta 45 años, la Comunidad de Madrid administra gratis la vacuna del papiloma humano. «Si no, son 300 euros», le explica. Por una diferencia muy pequeña de edad, queda fuera de las beneficiarias. Aunque en términos absolutos es joven, no lo es para el sistema prostitucional ni para esa mínima ayuda para protegerla.
Vamos a otro rincón de este polígono que fue, hasta hace pocos años, uno de los puntos más calientes de la región. Tras ser desarticulada por la Policía la red que operaba en él, hoy está de capa caída. Alguna de las tratantes está en la calle, como el resto de las mujeres a las que explotaron. «Han hecho el ciclo completo. Empezaron como víctimas, se convirtieron en verdugas y ahora vuelven a ser explotadas», nos explica nuestra guía.
Dos amigas están sentadas en dos sillas. Tienen dos cafés para llevar con un nombre que no corresponde con el que nos dan, así que les pondremos un tercero: Alina y Romina. Alina es la que más habla y a los cinco minutos nos está enseñando fotos de su hijo de 7 meses. Tiene cuatro: los dos mayores viven en Rumanía con sus abuelos y los dos pequeños con ella. Ella les envía remesas y su familia mira hacia otro lado. La técnico nos explica que otras muchas mujeres como Alina «están expuestas a violencia machista y abusos sexuales desde pequeñas y su entorno lo normaliza», por lo que acabar prostituidas no deja de ser para ellas algo familiar y conocido.
Los dos pequeños viven en España con ella y son hijos de un cliente que inició cierta suerte de noviazgo con ella, ha formado varias familias similares y no está implicado en su crianza. Sucede a menudo y la técnico lo ha visto. «Ellas los defienden porque establecen relaciones patológicas con estos tipos que abusan y que viven a costa de ellas», denuncia.
Con ayuda del teléfono, la trabajadora concierta para Alina una cita con servicios sociales a la que le acompañará «para servir de parapeto». «Aunque son perfiles extravulnerables, muchas no han pasado por ahí. Nos interesa que salgan de ese aislamiento y una forma es conocer servicios públicos», concluye.