La Conferencia EpisopalEsañola centre en la trata de personas la acción social del Jubileo
Hablamos con una superviviente y con las entidades de Iglesia que acompañan a las víctimas de la esclavitud moderna
Luis Rivas19 de febrero de 2025
FUENTE: Newsletter de la revista Ecclesia, 19 febrero 2025
Margarita es el nombre que yo usaba en el club». Todo empezó por la falta de dinero y oportunidades en un país, Venezuela, marcado por la violencia política y la coerción de los derechos fundamentales de la población. Un buen día, un amigo de su familia le ofreció venir a España a trabajar. «Sentí que me había tocado la lotería. “¡Se acabó la vida de pobre!”, pensé», reconoce a ECCLESIA. «Pero lo que empezaba era el infierno», agrega. Después de tres días de viaje junto a otras mujeres, fue entregada a un hombre en Castellón, donde le usurparon el pasaporte y su dinero. «Pedí explicaciones y la respuesta fue: “Ahora eres mía. He pagado un montón de dinero por ti y vas a trabajar de prostituta”». Fue un golpe mortal: «Había oído que esas cosas ocurrían, pero no podía creer que me pasara a mí; y menos que un buen amigo pudiera hacerme esto». Se puso muy nerviosa y empezó a gritar que no lo haría ni muerta: «Me calmó con un puñetazo en la cara y luego me amenazó con atacar a mi familia, a la que conocía por mi “amigo”».
«El perfil de una víctima de trata para explotación sexual es el de mujer migrante sin documentación, en situación de vulnerabilidad y con dependencias familiares», explica Cristina Ramírez, responsable del Programa de Trata de las Hermanas Oblatas para la provincia Europa. «Normalmente, vienen de países con inestabilidad, de situaciones en las que hay bastantes dificultades económicas y políticas», añade Consuelo Rojo, delegada de Acción Apostólica de las Religiosas Adoratrices. «Suelen venir de bastante violencia, que puede ser, incluso, estructural, siendo mujeres que viven en vulnerabilidad, y por ello más fáciles de captar», prosigue. «Últimamente, nos estamos encontrando muchos casos de mujeres de Colombia, sobre todo, Venezuela, Perú, Brasil…, incluso este último año hemos atendido a varias mujeres de Nepal», revela.
Las Hermanas Oblatas, fieles a su carisma de Cristo redentor, llevan acompañando a mujeres en situación de prostitución «con una mirada de hermandad e igualdad» desde 1864. Actualmente, a esa labor abnegada de más de 150 años suman las realidades de trata de seres humanos y el delito de explotación. Tienen proyectos de ayuda a víctimas en 13 provincias españolas y están presentes en 16 países de África, Asia, Europa y América. «Nosotras no las rescatamos, ellas se rescatan solas. Nosotras las acompañamos en el proceso de restitución del daño sufrido y les ofrecemos los recursos necesarios y que tenemos disponibles para ello. Estas mujeres son ejemplos de resiliencia, empoderamiento y de fortaleza para todos y todas», destaca Ramírez. Por su parte, las Adoratrices trabajan contra esta lacra en 24 países de todo el mundo y en España tienen casas de acogida y recursos de atención ambulatoria en provincias como Madrid, Barcelona, Sevilla, Córdoba, Almería, Burgos, Salamanca, Ourense, Granada o Málaga.
De regreso al infierno particular de Estefanía, recuerda que fue obligada a prostituirse por aquel hombre sin escrúpulos «y el dinero que sacábamos era para él». «Una de las chicas que trabajaba allí —continúa— era su novia, que tenía encargado vigilarnos y enseñarnos las cosas». Según el informe que publica anualmente el ministerio del Interior, la trata con fines de explotación sexual es la mayoritaria, mientras que la explotación laboral —con un porcentaje superior de hombres— sería la segunda, seguida de casos de trata para matrimonios forzados y criminalidad forzada. «Tenemos que tener en cuenta que muy probablemente el número real de víctimas sea mucho mayor, pero no llegan a ser identificadas, al tratarse de un fenómeno oculto y muy complejo de detectar», explica María Francisca Sánchez Vara, directora del Departamento de Trata de Personas de la Conferencia Episcopal Española. Este responde «a la llamada del Papa para luchar contra esta “llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea, una llaga en la carne de Cristo”, como él mismo la ha calificado», agrega. Para ello, promueven la sensibilización y prevención, e impulsan «la coordinación de las entidades eclesiales implicadas en el acompañamiento a víctimas y supervivientes, promoviendo la creación de espacios de acogida en las diócesis y equipos de trabajo en red».
Esclavitud del siglo XXI
Con motivo del Jubileo de 2025, la Iglesia que peregrina en España ha querido centrar su acción social del año santo en la lucha contra la lacra de la trata de seres humanos. «Es la esclavitud del siglo XXI», afirma Sánchez Vara, evocando el capítulo 25 del Levítico. «Y, si hoy en día sigue habiendo esclavos, como cristianos, debemos sentirnos llamados a contribuir a su liberación», añade. Como parte del proyecto, la Conferencia Episcopal está proponiendo materiales que llaman «a la reflexión, la oración y a suscitar una mayor implicación dentro de la Iglesia», culmina.
«Por otra parte, el Jubileo lleva implícita una transformación del corazón, personal y comunitaria. Por esta razón, sugerimos este proyecto social que nos va a permitir visibilizar la realidad de la trata y el sufrimiento de quienes la han padecido, y también la experiencia de quienes han salido adelante gracias al trabajo de las entidades del ámbito eclesial», subraya Sánchez Vara.
Estas entidades, como Oblatas y Adoratrices, valoran como «muy acertada» esta acción social. «Era necesaria y todos los esfuerzos son pocos, especialmente para visibilizar tantas realidades de vulneración de derechos», opina Ramírez. Por su parte, para Rojo «este momento es un momento de gracia y es una alegría y una bendición. Más del 80% de víctimas de trata son mujeres y niñas, y, por tanto, poner esta situación sobre la mesa permitirá reconocer más casos y nos posibilitará a apoyar a más».
«Me llevaron por toda España, de sur a norte. Cada mes, me cambiaban, aunque si conseguía mucho dinero en un lugar, me dejaban algo más de tiempo», prosigue su relato Margarita. «Cerraba los ojos y vendía mi cuerpo para ellos durante noches enteras, sin derecho a descansar», continúa. «Al final, me quedaba muy poco dinero para enviar a mi país. Me dejaban llamar a casa, pero siempre en su presencia y sin decir nada de lo que estaba pasando. Mi proxeneta se había dado cuenta de que era una mina de oro y me amenazaba con coger también a mi hermana de 16 años. En una de las llamadas que hice a mi familia, me dijeron que había un coche desconocido dando vueltas por el pueblo, preguntando por ella. Ahí me di cuenta de que la única solución era denunciar», asegura.
Primera denuncia
Determinada a proteger a su hermana, Margarita conminó a su hermano a acudir a la Policía durante un descuido, y ella misma se escapó a la comisaría más cercana: «Me atendieron muy mal y no me hicieron caso. Me parecía una pesadilla. Pero, por suerte, al día siguiente aparecieron dos comisarios por el club. Sabía que me iban a expulsar del país, pero me dio igual, volvería con mi familia y acabaría con aquella mafia. A ellos les cayeron muchos años de cárcel», recuerda.
Solo en el último año, las Hermanas Oblatas han atendido a un 34 % más de mujeres víctimas, de las que ocho de cada diez se niegan a denunciar «por miedo a las represalias», especifica Ramírez. Llegados a este punto, cabe preguntarse por el papel de las entidades de Iglesia en la historia de Margarita. El relato no termina ahí: «Desgraciadamente, después de un tiempo en mi país, las cosas seguían muy mal en mi familia y decidí volver a España. Me metí en un club porque era lo único que conocía y ya no pensaba que pudiera hacer otra cosa. Además, si había aguantado tanto tiempo haciendo esto para ellos, ahora que lo necesitaba para mi familia aguantaría un poco más».
«Un día, las cosas cambiaron. Tenía una conjuntivitis y una compañera que había hecho un curso sanitario de las Adoratrices me remitió a ellas. Así fue donde las conocí. Me dijo que podían facilitarme el empadronamiento para conseguir la tarjeta sanitaria… Yo ni siquiera imaginaba que tenía derecho a esas cosas. Me informaron sobre la posibilidad de alquilar una casa, tener un trabajo… Sentí que había para mí otras oportunidades de vida en España, y enseguida dejé el club», relata.
Las Adoratrices disponen de una red de recursos de acogida —las víctimas de trata también están sufriendo enormemente los problemas de vivienda, y las oblatas han atendido en un año a 1063 mujeres que viven en el mismo lugar donde ejercen la prostitución, con el impacto que ello les supone—, ambulatorios y de proyectos de acercamiento al medio. «Consiste en ir a donde están ellas —clubs, pisos, cortijos, etc.— con la excusa de la salud para que nos conozcan y se queden con nuestro contacto para poder iniciar procesos. Esto es lo importante, porque se trata de algo más complejo que decir “salgo” y ya, es ir generando poco a poco procesos y que ellas se vayan fortaleciendo», explica Rojo. «Son ambientes cerrados y hostiles, de mentira, donde incluso las mujeres y los dueños se cambian los nombres por seguridad», asevera.
«Los sistemas de control y vigilancia que usan los responsables y gerentes de clubs y pisos son cada vez más avanzados y menos perceptibles, lo cual dificulta tener conversaciones fluidas y abiertas con ellas», señala Ramírez. «También observamos una gran capacidad de reinvención del sistema prostitucional para adaptarse a los cambios tecnológicos, como en el caso de la ciberprostitución», añade.
Una vez que las mujeres traban confianza, se promueve la construcción de entornos seguros, protegidos y libres de violencia. Tanto Adoratrices como Oblatas disponen en esta fase de equipos multidisciplinares con psicólogos, trabajadores sociales y profesionales de otras áreas, como intérpretes y traductores. «Las educadoras son para nosotras fundamentales, porque es acompañamiento diario y creemos que es desde la cotidianeidad desde donde se recuperan ellas, que se logran cosas extraordinarias desde la sencillez de lo pequeño», añade Rojo. «Venimos advirtiendo, además, un nuevo perfil de mujeres que tienen más formación y con necesidades como orientación laboral y proyectos de emprendimiento», añade Ramírez.
«Parte de nuestro acompañamiento —afirman las Hermanas Oblatas— está en que ellas se miren y se vean como mujeres con todas las posibilidades por delante, con capacidad de poder emprender nuevos e ilusionantes proyectos».
A día de hoy, Estefanía trabaja como camarera, tiene los papeles en regla y, por fin, se siente «una persona normal». Se siente muy a gusto en Adoratrices, pues «desde el primer momento me han dado confianza. Cuando estás en el club, no confías en nadie de dentro y sientes que los de fuera te desprecian. En Adoratrices me han hecho siempre sentir como una igual y, por eso, me fue fácil abrirme a ellas. Con ellas me siento libre, puedo hablar de las cosas que me preocupan y de mi vida sin tener que esconderme o mentir», revela.
Para Rojo, de 43 años, 25 de ellos luchando contra la trata, «las mujeres en esta situación donde se ven más dañadas es en su propia dignidad». «Nadie les quita la dignidad, pero a veces el sufrimiento que experimentan hace que no se sientan dignas», concuerda Ramírez.
—¿Y qué más cabe esperar de la Iglesia en la lucha contra la trata de personas?
—Siempre podemos hacer mucho más de lo que en un momento determinado lleguemos a considerar, empezando por mirarlas como mujeres, como hermanas, afirma Ramírez.
—Exacto. Eso es para lo que estamos aquí. Porque, al final, el Evangelio es dar vida, ¿no?, concluye Rojo.