Mensaje del Papa para la Jornada del Migrante 2022

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 108ª JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y DEL REFUGIADO 2022
(25 de septiembre de 2022)
Construir el futuro con los migrantes y los refugiados

«No tenemos aquí abajo una ciudad permanente, sino que buscamos la futura» (Hb 13,14).
Queridos hermanos y hermanas:

El sentido último de nuestro “viaje” en este mundo es la búsqueda de la verdadera patria, el Reino
de Dios inaugurado por Jesucristo, que encontrará su plena realización cuando Él vuelva en su
gloria. Su Reino aún no se ha cumplido, pero ya está presente en aquellos que han acogido la
salvación. «El Reino de Dios está en nosotros. Aunque todavía sea escatológico, sea el futuro del
mundo, de la humanidad, se encuentra al mismo tiempo en nosotros». [1]

La ciudad futura es una «ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (Hb
11,10). Su proyecto prevé una intensa obra de edificación, en la que todos debemos sentirnos
comprometidos personalmente. Se trata de un trabajo minucioso de conversión personal y de
transformación de la realidad, para que se adapte cada vez más al plan divino. Los dramas de la
historia nos recuerdan cuán lejos estamos todavía de alcanzar nuestra meta, la Nueva Jerusalén,
«morada de Dios entre los hombres» (Ap 21,3). Pero no por eso debemos desanimarnos. A la luz
de lo que hemos aprendido en las tribulaciones de los últimos tiempos, estamos llamados a
renovar nuestro compromiso para la construcción de un futuro más acorde con el plan de Dios, de
un mundo donde todos podamos vivir dignamente en paz.

«Pero nosotros, de acuerdo con la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra
nueva donde habitará la justicia» (2 P 3,13). La justicia es uno de los elementos constitutivos del
Reino de Dios. En la búsqueda cotidiana de su voluntad, ésta debe edificarse con paciencia,
sacrificio y determinación, para que todos los que tienen hambre y sed de ella sean saciados (cf.
Mt 5,6). La justicia del Reino debe entenderse como la realización del orden divino, de su
armonioso designio, según el cual, en Cristo muerto y resucitado, toda la creación vuelve a ser
“buena” y la humanidad “muy buena” (cf. Gn 1,1-31). Sin embargo, para que reine esta
maravillosa armonía, es necesario acoger la salvación de Cristo, su Evangelio de amor, para que
se eliminen las desigualdades y las discriminaciones del mundo presente.

Nadie debe ser excluido. Su proyecto es esencialmente inclusivo y sitúa en el centro a los
habitantes de las periferias existenciales. Entre ellos hay muchos migrantes y refugiados,
desplazados y víctimas de la trata. Es con ellos que Dios quiere edificar su Reino, porque sin ellos
no sería el Reino que Dios quiere. La inclusión de las personas más vulnerables es una condición
necesaria para obtener la plena ciudadanía. De hecho, dice el Señor: «Vengan, benditos de mi
Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,
porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de
paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver»
(Mt 25,34-36).

Construir el futuro con los migrantes y los refugiados significa también reconocer y valorar lo que
cada uno de ellos puede aportar al proceso de edificación. Me gusta ver este enfoque del
fenómeno migratorio en una visión profética de Isaías, en la que los extranjeros no figuran como
invasores y destructores, sino como trabajadores bien dispuestos que reconstruyen las murallas
de la Nueva Jerusalén, la Jerusalén abierta a todos los pueblos (cf. Is 60,10-11).

En la misma profecía, la llegada de los extranjeros se presenta como fuente de enriquecimiento:
«Se volcarán sobre ti los tesoros del mar y las riquezas de las naciones llegarán hasta ti» (60,5).
De hecho, la historia nos enseña que la aportación de los migrantes y refugiados ha sido
fundamental para el crecimiento social y económico de nuestras sociedades. Y lo sigue siendo
también hoy. Su trabajo, su capacidad de sacrificio, su juventud y su entusiasmo enriquecen a las
comunidades que los acogen. Pero esta aportación podría ser mucho mayor si se valorara y se
apoyara mediante programas específicos. Se trata de un enorme potencial, pronto a
manifestarse, si se le ofrece la oportunidad.

Los habitantes de la Nueva Jerusalén —sigue profetizando Isaías— mantienen siempre las
puertas de la ciudad abiertas de par en par, para que puedan entrar los extranjeros con sus
dones: «Tus puertas estarán siempre abiertas, no se cerrarán ni de día ni de noche, para que te
traigan las riquezas de las naciones» (60,11). La presencia de los migrantes y los refugiados
representa un enorme reto, pero también una oportunidad de crecimiento cultural y espiritual para
todos. Gracias a ellos tenemos la oportunidad de conocer mejor el mundo y la belleza de su
diversidad. Podemos madurar en humanidad y construir juntos un “nosotros” más grande. En la
disponibilidad recíproca se generan espacios de confrontación fecunda entre visiones y
tradiciones diferentes, que abren la mente a perspectivas nuevas. Descubrimos también la
riqueza que encierran religiones y espiritualidades desconocidas para nosotros, y esto nos
estimula a profundizar nuestras propias convicciones.

En la Jerusalén de las gentes, el templo del Señor se embellece cada vez más gracias a las
ofrendas que llegan de tierras extranjeras: «En ti se congregarán todos los rebaños de Quedar,
los carneros de Nebaiot estarán a tu servicio: subirán como ofrenda aceptable sobre mi altar y yo
glorificaré mi Casa gloriosa» (60,7). En esta perspectiva, la llegada de migrantes y refugiados
católicos ofrece energía nueva a la vida eclesial de las comunidades que los acogen. Ellos son a
menudo portadores de dinámicas revitalizantes y animadores de celebraciones vibrantes.
Compartir expresiones de fe y devociones diferentes representa una ocasión privilegiada para vivir
con mayor plenitud la catolicidad del pueblo de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, y especialmente ustedes, jóvenes, si queremos cooperar con
nuestro Padre celestial en la construcción del futuro, hagámoslo junto con nuestros hermanos y
hermanas migrantes y refugiados. ¡Construyámoslo hoy! Porque el futuro empieza hoy, y empieza
por cada uno de nosotros. No podemos dejar a las próximas generaciones la responsabilidad de
decisiones que es necesario tomar ahora, para que el proyecto de Dios sobre el mundo pueda
realizarse y venga su Reino de justicia, de fraternidad y de paz.

Oración
Señor, haznos portadores de esperanza,
para que donde haya oscuridad reine tu luz,
y donde haya resignación renazca la confianza en el futuro.
Señor, haznos instrumentos de tu justicia,
para que donde haya exclusión, florezca la fraternidad,
y donde haya codicia, florezca la comunión.
Señor, haznos constructores de tu Reino
junto con los migrantes y los refugiados
y con todos los habitantes de las periferias.
Señor, haz que aprendamos cuán bello es
vivir como hermanos y hermanas. Amén.
Roma, San Juan de Letrán, 9 de mayo de 2022

FRANCISCO

[1] S. Juan Pablo II, Visita a la parroquia romana de San Francisco de Asís y Santa Catalina de Siena, patronos de Italia, el 26 de Noviembre de 1989.

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