Los obispos sobre los incendios en Lesbos

La compasión es ahora más vital que nunca

Hoy recordamos el reciente desastre humanitario generado en el campo de refugiados de Moria. En la isla griega de Lesbos, durante meses e incluso años, más de 12.000 residentes estaban acogidos en el campo – muchos de ellos niños – , superando cuatro veces su capacidad y soportando condiciones miserables, mientras esperaban que se procesaran sus solicitudes de asilo.  Ya hace cuatro años, con motivo de su visita al campamento de Moria, el papa Francisco dijo: “Se necesita con urgencia un consenso internacional más amplio y un programa de asistencia para defender el estado de derecho, defender los derechos humanos fundamentales en esta situación insostenible, proteger a las minorías, combatir la trata de personas y el contrabando, eliminar rutas inseguras, como las que atraviesan el Egeo y todo el Mediterráneo, y para desarrollar procedimientos de reasentamiento seguros”.

Al mismo tiempo presenciamos con cierta impotencia y dolor las continuas llegadas a nuestras costas de migrantes en condiciones muy extremas y difíciles. Nos llega al corazón el sufrimiento y la muerte de muchos hermanos nuestros buscando alcanzar una vida más digna.

Estos acontecimientos y otros muchos son expresión viva y real del lema para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado propuesto por el papa Francisco: “Como Jesucristo, obligados a huir”. Con motivo de dicha Jornada los obispos hemos hecho público un mensaje en el que invitábamos a “poner rostro a estas personas vulnerables rescatándoles de las listas anónimas de cifras. Se trata de sensibilizar a la comunidad cristiana que reconoce a Jesús en cada persona obligada a huir. Se trata de sensibilizar a la sociedad española para que asegure los derechos de la dignidad humana a toda persona obligada a desplazarse. Todo lo que trabajemos por ellos y con ellos será poco”.

De nuevo, y urgidos por el dolor humano y por la ofensa a la dignidad en muchos de estos casos tan recientes y cercanos, apelamos a la sensibilidad de nuestras sociedades hacia el derecho a la vida y a la dignidad de todo hijo de Dios. Y reiteramos la necesidad urgente de trabajar para  salvar vidas, incluso en estos tiempos de crisis por la pandemia del COVID-19 que se está ensañando en los más vulnerables.

Entre esas actuaciones volvemos a recordar la necesaria atención y dedicación de todos los recursos posibles para la urgente cooperación con los países de origen de los migrantes, que es una de las maneras más eficaces para combatir las migraciones forzadas. Huyen de la guerra, la pobreza extrema, los desastres medioambientales, la persecución y la ofensa a los derechos humanos, y se encuentran al llegar a Europa privados de refugio o seguridad. El papa Francisco insiste en la importancia de abordar las causas de las migraciones en origen, para que se garantice el derecho a no migrar: “Considero oportuno iniciar más estudios para abordar las causas remotas de la migración forzada, con el objetivo de identificar soluciones prácticas, aunque a largo plazo, porque primero se debe asegurar a las personas el derecho a no ser obligadas a emigrar.”[1]

Como ya advertimos en el mensaje episcopal para la próxima Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado de 2020, comprobamos con dolor que las fronteras de Europa y nuestras propias fronteras están siendo afectadas por muchas medidas que impiden la necesaria solidaridad, hospitalidad y acogida con estos hermanos tan heridos y vulnerables. Urge buscar condiciones alternativas y creativas para asegurar la vida y la dignidad humana de los emigrantes y refugiados, tanto ahora como en el futuro.

Por ello, anclando nuestra voz en el Evangelio, a la vez que agradecemos la labor de tanta gente de Iglesia y de la sociedad civil en estos tiempos tan recios, pedimos y apelamos a los más nobles sentimientos de todas las personas de buena voluntad. Y así desplegar la mayor solidaridad y amor posible.

Como Iglesia, confortados por la presencia de Dios que sufre, os pedimos intensificar nuestra oración y colaborar entre todos al mayor número de respuestas generosas que se puedan activar, para hacer realidad la hospitalidad y el cumplimiento de los derechos de los emigrantes. Nos urge el mandato de Jesús, también en estas difíciles circunstancias: “Fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25,35).

Porque la compasión humana que ha ennoblecido tantas acciones en nuestro país es más vital ahora que nunca.

Nos unimos a las voces del papa Francisco y de toda la Iglesia, así como de numerosas entidades de la sociedad civil, haciendo un llamamiento a los países de la Unión Europea para que articulen mecanismos y los medios adecuados que permitan la acogida urgente de estos refugiados que lo han perdido todo en el incendio y se encuentran en una situación dramática que requiere una acción inmediata.

Los Obispos de la Subcomisión Episcopal de Migraciones y Movilidad humana

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