Comunión en la diversidad desde la parroquia

Testimonios de comunión en la diversidad

Desde la parroquia

Testimonio de Ramona Auxiliadora Vera Vive

FUENTE. Migraciones, nº 7, Septiembre 2021, pág. 15

Soy Moni, así me conocen la mayoría de las personas y mis vecinos. Mujer de sesenta y tres años, ecuatoriana de origen, de ciudadanía española por opción y amor, llevo más de diecinueve años residiendo en Madrid, con una de mis hijas y su familia.

Mi experiencia como mujer e inmigrante está ligada a ser una mujer de fe y practicante de la religión católica; y he sido acogida en esta sociedad madrileña durante estos años con respeto, apertura y también con el desconocimiento: cuando no conoces a la persona ni su cultura, hay cierto miedo. Yo, en los primeros años, fui rompiendo esos miedos, al igual que las personas que me acogieron en el día a día cuando me iba relacionando con cada una de ellas.

En el barrio donde vivo desde que llegué a Madrid, me he integrado –yo diría- más que bien: fui voluntaria de ASTI en el centro de San Lorenzo por más de quince años. Allí me dedicaba a promover el encuentro y la integración de las personas inmigrantes; desde allí empecé a participar en las redes del tejido social del barrio, como asociaciones, grupos y colectivos que desarrollan diversas actividades.

Soy catequista en mi parroquia del Olivar, que para mí es mi segundo hogar, donde acompaño a las familias y personas que acuden a Cáritas parroquial. Ese es el sitio donde desarrollo mi relación social, humanitaria y laboral. Mi parroquia es un lugar del que puedo decir, por mi propia experiencia, que acoge a todas las personas que venimos desde otros lugares del mundo.

Como mencioné antes, el miedo a lo desconocido crea barreras, sean éstas barreras idiomáticas o no; de hecho, hay muchas más, entre ellas la más importante es la regularización del permiso de residencia y de trabajo. Ya que una persona que no tiene los papeles regularizados está más expuesta a la vulneración de sus derechos, y, si eres mujer, en algún caso a la violencia de género, a la explotación laboral, a la explotación sexual. Además, si eres mujer, la mayoría de las veces te ves destinada a trabajos precarios, que son los que te permiten obtener unos medios económicos para subsistir en el nuevo lugar donde vives.

Yo destaco principalmente, en mi experiencia de mujer migrante, la importancia de los medios de participación social donde se generan los espacios adecuados para que se dé una verdadera relación de encuentro e integración de la persona que llega a un lugar nuevo, el que ha escogido para vivir, sea cual sea el motivo que la hizo salir de su lugar de origen. Teniendo en cuenta que cada ser humano tiene su propia historia de vida y necesita su propio proceso de integración.

Sugiero la creación de nuevos espacios de convivencia desde el lugar en que vives: tu comunidad vecinal, el barrio, la parroquia o el lugar donde participes en tus creencias religiosas, etc.; actividades desde los ayuntamientos que fomenten la riqueza humana de la diversidad en el encuentro de las personas extranjeras y las autóctonas, oportunidad para ambas partes de aprender a relacionarnos desde la participación y el encuentro.

La diversidad nos enseña.

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